«Con este panorama es difícil que una pareja se anime a tener hijos»
María Menéndez Zubillaga, presidenta de la Asociación de Familias Numerosas de Madrid, explica las razones por las que hay que buscar soluciones para fomentar la natalidad.
En abril de 1995, fue suscrito el llamado Pacto de Toledo por casi la totalidad de la representación parlamentaria. Concluía así un proceso de más de un año desde que el Pleno del Congreso de Diputados aprobaba una proposición no de ley, presentado por el grupo político CIU, para analizar los problemas estructurales del sistema de la Seguridad Social. En el expositivo de la proposición no de Ley se indicaba: «Desde hace dos años, el presupuesto de la Seguridad Social registra crecientes déficits, a pesar de las elevaciones de los tipos de cotización y de las medidas aplicadas durante los últimos ejercicios…».
Por aquella época, una España resacosa de las celebraciones del año 92, arrastraba una crisis económica —baja actividad y alta tasa de paro— que hizo sonar todas las alarmas del sistema de Seguridad Social y que obligó a los responsables políticos a llegar a un acuerdo de Estado, fuera del debate político.
Acertadamente se indicaba que si bien la recesión económica agravaba de forma coyuntural la caja de la Seguridad Social, era necesaria una reforma estructural que viabilizara el sistema de Seguridad Social.
Dentro de los cinco factores que se enunciaban como variables que incidirían en el sistema de financiación, figuraba en primer lugar el factor demográfico: «Los países desarrollados en general, y los europeos en particular, están experimentando una evolución demográfica caracterizada por un envejecimiento de la población, derivado tanto de la caída de las tasas de natalidad como del aumento de la esperanza de vida, que podría tener, especialmente de cara al futuro, efectos sobre el sistema de Seguridad Social».
Sin embargo, a pesar de que el factor demográfico figuraba como la primera causa, de las quince medidas acordadas, ninguna atendía al factor demográfico.
Han pasado más de veinte años de aquello y de nuevo han saltado las alarmas en las cuentas de la Seguridad Social de una España convaleciente de una profunda y larga crisis económica. En el Informe de Evolución y reforma del Pacto de Toledo debatido en 2011, se recogieron veintiuna recomendaciones, pero de nuevo, ninguna referente al déficit de natalidad.
Estos último años se han tomado ciertas medidas: alargar la edad de jubilación, alargar el periodo de cotización, se han subido las cotizaciones, se ha cambiado el mecanismo de actualización de la pensión.., pero a la vista está que no es suficiente. Mes a mes los ingresos son menores que los costes.
Con el ámbar tornando a rojo, a finales de 2016, el Pacto de Toledo ha sido convocado de nuevo para que a lo largo de este año trabaje en buscar soluciones consensuadas que resuelva el desequilibrio. Parece que como en el año 95 es necesario realizar una nueva reforma estructural. Pero para resolver un problema hay que diagnosticarlo bien.
En el debate público de forma recurrente se indican como causas del déficit de la Seguridad Social: la mayor esperanza de vida, los bajos salarios y la alta tasa de paro.
Resulta chocante que se obvie que España lleva más de treinta años con una de las tasas de natalidad más bajas del mundo, a día de hoy 1,3 hijos por mujer. Si no nos queremos engañar, no podemos obviar esta realidad, y si queremos resolver un problema, no podemos dejar al margen de la reforma, la perdida continuada de capital humano en nuestra sociedad. Ante los retos de nuestro tiempo, globalización y robotización, una economía competitiva y de alto valor añadido que permita altos salarios exige capital humano bien formado y sobre todo humano.
Subir las bases de cotización a las rentas altas será matar a la gallina de los huevos de oro. Los empresarios, quienes crean empleo, no tendrán más remedio que rebajar salarios o recurrir al despido y las familias, quienes proporcionan el capital humano, verán perjudicadas de nuevo su maltrecha economía. Con este panorama es difícil que una pareja se anime a tener hijos, máxime cuando el ambiguo concepto de renta alta no incorpora por sí mismo el número de personas que depende de ella. Es lo que se llama curar un golpe a martillazos.
Si queremos resolver el sistema de pensiones no hay más remedio que darle a la familia, con hechos tangibles y significativos, la prioridad que se merece en las políticas públicas y por supuesto también en la reforma de las pensiones.
Es en el ámbito familiar donde, de forma más significativa, se aprenden y desarrollan valores que apreciamos todos. Con generosidad los padres dedican su tiempo y recursos a formar y hacer crecer a sus hijos, aceptando y asumiendo sus limitaciones, ayudándoles a encontrar su lugar en el mundo. Donde los hermanos forjan sus primeras relaciones humanas, conviviendo con personas de edad, carácter e intereses diferentes, estableciendo sus primeras relaciones competitivas, pero también colaborativas, y donde los hijos deben aceptar una autoridad y unas reglas de convivencia a la vez que crecen en autonomía y responsabilidad. Donde se da el conflicto, pero también el perdón. La familia es el lugar donde se aprende a amar. Es escuela de virtud.
Por todo ello, y no sólo por la supervivencia del sistema de pensiones, sino por la supervivencia de nuestra propia sociedad, espero que el Pacto de Toledo en sus propuestas incorpore medidas de protección de la familia con hijos. Ya es tarde, pero mejor tarde que nunca. Si no se hace así, no nos engañemos, no habrá pensiones, ni habrá futuro, porque sencillamente no habrá quien lo pague.
Decía Chesterton que la mediocridad consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta. Ante este nuevo desafío, ¿seremos capaces de apreciar la grandeza de la familia y de los hijos?